Novela Capítulo I
Y al fin otro día. ¿Por qué la palabra día suena de una manera despiadadamente feliz? Ese vocablo deja el tinte de esperanza en mi lengua que no sé si quiero saborear. Y noche... ¡Qué fatalmente escogido su antagonista en ese algoritmo del tiempo de Jorge Luis! Sin embargo, no mejor escogida que la noche en su designación. Tal vez sea sólo que me oculta.
No la vengo pasando de maravilla en esta ciudad mugrienta. Al menos es demasiado distinto al sueño de cuando me gradué.
-Sí, tal vez viaje a Europa en unos años.
El Viejo Mundo no me quiso. Y hoy me encuentro en esta pieza de mierda sin cigarrillos y sin Silvina.
Si Alejandro actuaba de tal forma era porque le agradaba esa idea patética que le producía el pensarse diferente a cómo era. No es una justificación, ni mucho menos. Es sólo que no sé si por influencias de Camus, se sentía un ser extranjero en este agujero.
Volvía como de costumbre en el 140 hacia Boulogne, un nombre que le resultaba enigmático. Sus lugares conocidos no eran muchos. Sin embargo, Alejandro se sentía sin fronteras. Esa noche lo escuchó Miguel, con la cabeza baja y sin observar al hablar, rechinando esas sillas gastadas del bar de Enrique en Charcas y Pueyrredón.
Miguel no era un tipo irrespetuoso, nada por el estilo. Es que pensaba demasiado en sus asuntos y le costaba despegar sus ojos de estos. Mucho menos un tipo falso; no quiero que se malentienda. Es difícil explicarlo, pero él observaba todo pero nunca fijaba su mirada durante mucho tiempo en un punto. Recuerdo que una vez pensé, desconfiada mente, que temía ser descubierto sin careta, es decir, no actuando como cada uno procede de manera particular con cada personaje que a conociendo. Obviamente, pronto descubrí que no era así; uno de los tipos más sinceros que haya conocido. Sólo que, recelosamente, guardaba su interior.
En los años que los conozco (a Miguel y Alejandro) nunca jamás hubo una cierta conversación entre ellos. Alejandro fantaseaba en sus cuentos literarios, mientras Miguel asentía y otorgaba monosílabos de cuanto en cuanto.
Pero Ángelo era un tipo distinto. Era un personaje irreal sacado de la tira más insólita de esta ciudad. En realidad ese no era su nombre. “Augusto Cantierini”, y excepto por su doble ciudadanía desconozco el origen de su vocativo.
La habitación olía a humedad, de modo que llevaba la madera a la podredumbre. Si ese cuarto hubiera tenido tan sólo una ventana decente, ya no habría sido alquilada por Alejandro. No sabría si fue el dinero que pedían por ella o la soledad y encierro que inspiraba lo que lo llevó a él a alquilarla. Pero lo cierto era que le pertenecía. No materialmente claro está, sino tan solo ambientalmente como un reducto para poder tranquilamente encender su pipa y dejar arder el opio para enterrarse cada día más.
Aquella noche esperó en la parada de Córdoba y Pueyrredón al colectivo rojo, el 140. Observaba sigilosamente cómo dos mujeres charloteaban y chupaban sus cigarrillos con desgano pero aferradas al odio que él sentía por ellas. De sabido no las conocía; pero empezó a odiar a ese tipo de mujer de rostro frígido e infértil que parecen estar resentidos por la vida que les tocó… Desde lo de Claudia por supuesto. Debo decir que nunca lo ví de tal manera; era otro Alejandro. Era como si hubiera encontrado por lo que vivir. Pero él era demasiado generoso en todo, y todavía más en el amor, donde –aunque seré tildado de pesimista y desconfiado- hay que racionar todos los momentos.
Así fue cómo conoció a Silvina. Al pronto que iba a subir luego de las mujeres, una chica joven pero muy adulta para su edad apareció corriendo y sorprendió a Alejandro. Se detuvo a unos metros de él respetuosamente, aguardando subir. Su pollera negra llegaba hasta sus tobillos, insinuándose por debajo sus largas y curvosas piernas. Su rostro era anguloso pero de ninguna manera rígido, sólo mantenía las formas. Debajo de su remera esbozaban unos pechos angelicales que la harían pasar inadvertida por muchos de eso “cuervos”, como decía Ángelo. Una mujer enigmática, o mejor dicho “enigmática”, que fue textualmente lo que pronunció Miguel. La dejó pasar.
La mina se sentó en uno de los asientos dobles del lado de la ventanilla dejando el otro asiento libre. No es que el colectivo estuviera vacío y el escogió sentarse al lado de ella; sólo que transcurrir el viaje solo, detrás de esas mujeres, muy adelante, muy atrás o cerca de aquel borracho no le prometía demasiado.
Alejandro tenía en sus manos un ejemplar de Así habló Zarathustra. Dado que la avara luz que se dejaba en el colectivo no era abundante, decidió descansar sus ojos. Lógicamente sólo sus ojos descansaban. Últimamente su cuerpo se encontraba demasiado tenso a como estaba acostumbrado. El infernal telar que constantemente funcionaba en su cabeza, tejiendo enhebrando y deshilachando pensamientos no era de extrañar. Siempre había vivido con ese enorme bullicio cefálico, que se encargaba de repetir conversaciones pasadas, elaborar nuevas respuestas y vivir sus vidas y fantasías. “Vos sí que vivís en una nube de pedos, pibe.” “Esta mierda no cambia más. Ya lo dijo Discepolín. Y ponele la firma, viste.” –le decía Quique. Claro que él nunca había utilizado tal vocativo; solamente Enrique.
Comenzó a interrogar severamente el bondi y a pesar de que el sueño lo agobiaba y ese típico olor a desinfectante lo nauseaba, se detuvo en esa piba de al lado. Días después sabría su nombre: Silvina. Como si estuviera reproduciendo a Chopin, ella movía con astucia sus dedos flacuchos y delicados. Al percatarse de la mirada de Alejandro se detuvo y lo miró firmemente a los ojos. Alejandro se sonrojó y optó por mirar al borracho que en los asientos individuales continuaba el armónico movimiento del automotor. Era obvio que el borracho era menos peligroso. “Debés ser anarquista”, interrumpió Silvina en alusión a la literatura que Alejandro portaba.
-Es triste encasillar a un autor en una palabra y menos en una no correspondiente.
-Yo no juzgo a los autores sino a sus lectores.
-Tenés temperamento para juzgar a alguien que no conocés.
-No hace falta estar demasiado tiempo con alguien para conocerlo. Incluso después de compartir todo con un ser humano es posible desconocer sus facetas recónditas y descubrir la clase de mierda que es.
-Parece que allí habló un corazón herido.
En ese momento Alejandro sintió que dominaba la situación, algo que le costaba realizar con las mujeres.
Silvina se inmutó y endureció su rostro. Sin decir palabra volteó su hacia la ventana. En esa posición quedó petrificada.
Alejandro vaciló en continuar una conversación de circunstancia. Se detuvo un momento a delinear aquel rostro impenetrable. Era realmente hermosa. Su cabello lacio de tinte rojizo la hacía más sensual al ocultar su cuello delicado y pálido. En ese instante cambiaron las posiciones, él ya no se sintió aquel alfil capaz de jaquear al rey insólito, sino tan solo un peón encerrado.
-Disculpame si dije algo que te molestó. No fue mi intención –inquirió.
-Ya lo he oído –respondió la mujer. Con su índice recorrió el contorno de su oreja y acomodó el cabello libre.
-Tengo que bajar –prosiguió. Nos vemos.
-Querés que te acompañe.
La muchacha lo observó como indignada.
-Digo porque Palermo Viejo es peligroso de noche.
Él no se había dado cuenta de quién sería la victima de cruzarse con ella
-Te dije que nos vemos –aclaró, como quien tranquiliza a un niño asustado.
Silvina se levantó y escurrió entre unas piernas temblorosas que ni siquiera atinaron a moverse.
-Me llamo… -quiso decir Alejandro.
-No –interrumpió ella. Dejalo así que es más interesante.
El borracho cabeceó de manera de simular un pozo de aire o el túnel de una ola; claro que era un bache mal reparado en las últimas elecciones. Típico de los políticos de Argentina, esa virgen malcogida que heredamos sin saberlo.
Cuando Alejandro volvió su atención a la muchacha, sólo distinguió sus talones descendiendo en la más recóndita oscuridad. Al voltear a la ventanilla observó la sombra perfecta de una mujer que rápidamente se desvaneció.
Las viejas de adelante se dieron vuelta mostrando esa cara típica de haber olido un sorete minutos antes. Alejandro dejó escapar algo de aire por entre la comisura de los labios y apoyándose en el temblor del vidrio prosiguió su tiempo resignado.
©Copyright 1999. Camilo Augusto.
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Próximamente saldrá el próximo capítulo.